domingo, 9 de octubre de 2011

La infancia ¿perdida? (o esas cosas que suceden en el metro)

Hace unos días, mientras iba en el metro de camino a la universidad –el mismo camino de todas las mañanas, que, curiosamente, nunca resulta monótono- descubrí dos niños de origen africano en mi vagón que jugaban al pilla-pilla. Un niño de no más de seis años y otra de cuatro con una mochila morada que abultaba más que ella y el pelo repleto de trenzas.

He dicho descubrí, pero tal vez no sea la palabra más adecuada –perdonadme, ya sabéis lo difícil que me resulta escogerlas-. Porque en realidad lo difícil era no verlos: se perseguían el uno al otro sin ninguna preocupación, deslizándose entre las piernas de docenas de universitarios y de un pequeño puñado de trabajadores.

De inmediato dejé de hablar con un compañero de clase para contemplar absorto la escena; algo que tiendo a hacer con relativa frecuencia por culpa de –o gracias a, no sé muy bien- Jorge y las historias de Edu en el metro. Era genial ver a ambos corriendo, ajenos a las miradas divertidas de unos y molestas de otros. Si quisiera ponerme poético y trascendental diría que sus ojos deslumbraban con el brillo de la inocencia infantil y que me hicieron pensar en lo que perdemos cuando crecemos; en esa capacidad de improvisación y de disfrutar de todo en cualquier momento, sea lo idóneo o no. En fin, sobre la mítica inocencia perdida, tan retratada en la literatura infantil y juvenil.

Claro, pero he dicho que diría eso si quisiera ponerme trascendental, o tal vez melancólico, y no es el caso. Porque cada vez que recuerdo esa vivencia reciente no consigo angustiarme pensando en la inocencia perdida; más bien me reafirmo en mi idea de lo encantador que es evolucionar y crecer. Cambiar con el paso de los años y sacar lo mejor de cada uno de ellos. Y es que, si no fuera por la distancia y por la certeza de saber que ya no podemos volver a disfrutarlo, no habría sido capaz de disfrutar de un momento así. Tal vez incluso hubiese apartado la mirada para dedicarla a otros cuerpos que llamasen mi atención.

Y también tal vez sólo ahora deba confesar que llevo ya varias mañanas esperando coincidir de nuevo con esos dos niños en algún vagón, ya sea abriéndose paso con dificultad entre los pies de jóvenes como yo o realizando algún gesto inesperado. Pero, en definitiva, arrancando sonrisas en un mundo que muchas veces puede ser sangriento y salvaje.

(La ilustración -preciosa y muy simbólica- es obra de Beatriz Martín Vidal)

6 comentarios:

Óscar L. Mencía dijo...

Crecer es una mierda.

Kenya_ dijo...

Me gustaba la época en la q no tenía q preocuparme por nada, pero sinceramente, prefiero los 21 años a los 8!

Cómo te puede gustar tanto ese libro! :P

Sidel dijo...

Yo también creo que aunque todo los días hago el mismo camino hacia el trabajo, siempre pasa algo distinto, :).
Muchas veces me cruzo con niños que van al colegio y es muy divertido observarlos.
Creo que la infancia fue maravillosa, pero también porque podemos contemplarla como un recuerdo feliz del pasado. Me gustan tus palabras. Besos.

Marina García dijo...

Otra que hace el mismo recorrido de lunes a viernes pero que siempre resulta diferente.

Es verdad que a veces uno echa de menos su niñez, el no tener que preocuparse por nada, pero no siempre es así, crecer es buena señal (¡seguimos aquí!) y no implica tener que dejar de "ser niños" del todo, no sé si me explico.

Por cierto que el día de Halloween en el autobús me lo pasé de maravilla. Un chiquillo muy pequeño, unos tres años, iba con su careta de Screen intentando asustar a los demás y cuando uno fingía que se asustaba se le iluminaba la cara y sonreía. ¡Así da gusto pasar casi una hora en autobús diariamente!

Un abrazo Sheikh ;)

Sheikh dijo...

Sidel, como ya has podido ver al leerme, estoy más que de acuerdo contigo ;).

Marina, ¡me ha encantado tu anécdota! Para mí ese tipo de momentos son los mejores de cada día. Y sí, crecer no significa dejar de ser niños para siempre, una parte de esa época siempre queda ahí y sale en los momentos más insospechados :D

Olga Olmedo dijo...

Una anecdota preciosa y una reflexion interesante. Deberíamos recordar más al niño que fuimos, seguramente cometeríamos menos estupideces. Me gusta tu blog, te sigo. Un saludo